La batalla del sentido se pelea en la intersubjetividad. Se pelea con estructuras y máscaras en las relaciones de poder. El amor es una metáfora. El amor son narraciones que nos contamos a nosotros mismos para replicar comportamientos en la búsqueda de lo inalcanzable. Es ese algo que siempre lo tenemos en la brújula apuntando a un sentido. Pero cuando nos damos cuenta de que estamos ya en el Polo Norte, el norte deja de tener sentido.
La instrumentalización del amor en el sistema actual es contrastablemente enmascarado con el entretenimiento, idealizándolo. Y es esa presentación editada, simplificada y embrellecida del amor la que genera miedos, decepciones, frustraciones; genera ese miedo relativo a ese marco narrativo particular de la idealización del amor.
Incluso, para alcanzar el amor en la Tierra, romantizamos comportamientos tóxicos, estancándonos aún más estancados en las narrativas de nuestra intersubjetividad y en nuestras relaciones de poder. Reafirmando al poder mismo. Obviamente cabe mencionar al machismo.
Ahora tanto en este momento histórico, como personal, me adscibo al deconstruir. No en la búsqueda de una verdad interior o de encontrar una verdadera naturaleza, sino en repensar el pensamiento mismo para repensar las narrativas de las experiencias de la realidad. Hay que repensar el amor constantemente pero no sin una dimensionalidad consciente, pues si fuera puramente irracional dejaría de ser amor. Sería un animal inner drive hacia los instintos reproductivos y eróticos. Esa dimensionalidad consciente tiene una direccionalidad. Propongo que sea orientada a la salud.
No la salud como un fin estático, sino entendiendo la construcción de la salud en toda su complejidad. Eso es el camino mismo. Por ejemplo, entender el funcionamiento de la dopamina ante las expectativas como activador del comportamiento para una meta (puede ser el amor) y a la vez aceptar que después de lograr la meta, o la realización de la meta como inalcanzable, se da el “bajón”. Aceptar que los contrastes dan sentido a los colores.
Construir el amar es deconstruirse todo en la intersubjetividad con la otra persona; habilitado el juego y la contemplación a las más profundas vulnerabilidades, pero no del interior, sino de todas las máscaras. Claro, aún este amar da miedo, pero este miedo mismo es parte del amar. Construyamos el amar porque nos dispone a experimentar nuestra existencia humana desde otro lugar, tal vez más humano. Matemos el amor para practicar el amar.